El exorcismo de Sally

Yorkshire, 1974: la familia Maynard entra en lo que creen su hogar ideal, un chalé tranquilo donde empezar de nuevo. Al principio todo parece encajar en ese sueño familiar, pero pronto pequeñas señales y ruidos nocturnos se convierten en presagios inquietantes que rompen la calma. Lo que comienza como curiosidad se transforma en un miedo palpable que se instala en cada rincón de la casa.

La verdad que descubren es tan terrible como increíble: la vivienda ya está ocupada por una presencia hostil, un poltergeist de una violencia inimaginable. Los sucesos no son solo ruidos o puertas que se cierran; la entidad actúa con fuerza física, tirando a la gente de la cama y arrastrándola hacia la oscuridad, dejando a la familia impotente ante lo que ocurre. La invasión del espacio más íntimo —el hogar— convierte la rutina diaria en una lucha por la supervivencia.

La incredulidad inicial da paso a la angustia y la búsqueda desesperada de ayuda, mientras vecinos y autoridades intentan comprender lo que está pasando. La experiencia de los Maynard se vuelve un caso que traspasa lo privado y empieza a atraer la atención pública, obligando a confrontar algo que desafía toda lógica y explicación racional. Cada noche se convierte en un escenario de terror que pone a prueba los lazos familiares y la cordura.

Cuando las luces se apagan, la película explora la fragilidad del hogar y el abismo que puede existir detrás de las paredes más familiares. Es una historia de miedo que no recurre solo a sustos, sino a la invasión física y psicológica de una familia, dejando una huella tan profunda que su eco parece destinado a quedar en los anales de lo inquietante.