La intérprete

Silvia Broome trabaja como intérprete en la sede de Naciones Unidas en Nueva York cuando, por casualidad, escucha una conversación que sugiere la planificación de un asesinato. La revelación la coloca en el centro de una operación de seguridad y desata la llegada de un agente del Servicio Secreto estadounidense, decidido a esclarecer si la amenaza es real o fruto de una paranoia. El edificio de la ONU, con sus corredores y salas de reuniones, se convierte en un escenario claustrofóbico donde la vigilancia y la desconfianza son constantes.

A medida que la investigación avanza, la película va tejiendo una trama de intriga política que mezcla elementos de thriller y drama psicológico. La figura de la intérprete no es sólo un testigo: su pasado y sus motivos emergen como claves para entender la verdad, y el papel del lenguaje y la comunicación se revela central en la resolución del conflicto. La relación entre los protagonistas oscila entre la sospecha y una empatía tensa, lo que aumenta la incertidumbre sobre quién dice la verdad.

Con interpretaciones intensas y una dirección que mantiene el ritmo y la tensión, el filme plantea interrogantes sobre el poder, la justicia y la responsabilidad individual en un mundo donde los intereses geopolíticos y las heridas personales se entrelazan. El clímax, contenido pero contundente, cierra una historia donde la frontera entre víctima y sospechoso resulta ambigua, dejando una impresión duradera sobre las consecuencias de las palabras en un escenario tan público como peligroso.