En el sur de Inglaterra se extiende un bosque real de belleza intemporal, un lugar salvaje y mágico que apenas ha cambiado desde que Guillermo el Conquistador lo proclamó como sus terrenos de caza hace casi 900 años. El filme recorre claros, robles centenarios, brezales y praderas abiertas donde pastan ponis y ciervos, y captura la vida silvestre en su ritmo natural a lo largo de las estaciones. La cámara detiene el tiempo sobre pequeños detalles —la luz filtrada entre ramas, el crujir del suelo, los vuelos de aves— y transmite la sensación de un paisaje que guarda memoria y misterio.
Con un tono contemplativo y respetuoso, la película explora también la relación entre las personas y este territorio: los pastores, las antiguas prácticas comunales y los esfuerzos modernos por conservar un legado vivo. Más que un simple recorrido histórico, ofrece una meditación sobre la fragilidad y la resistencia de la naturaleza, invitando al espectador a admirar y proteger un ecosistema que sigue siendo, contra todo pronóstico, un refugio de lo salvaje en pleno corazón de la historia.