En una de las visitas anuales de su díscolo hijo Eric, el plutócrata U.S. Bates le ofrece al niño cualquier cosa de su lujoso gran almacén. Eric, caprichoso y solitario, elige a un conserje negro que le ha hecho reír con sus ocurrencias, convirtiéndolo en el regalo más inesperado y perturbador para los adultos que le rodean. La premisa, a la vez absurda y dolorosa, sitúa desde el primer momento la tensión entre poder económico y dignidad humana.
Al principio el hombre sufre multitud de humillaciones: lo usan, lo exhiben y lo tratan como si fuera un objeto destinado a entretener a un niño sin límites. Esa dinámica revela sin rodeos la desigualdad social y racial que subyace a la comedia, y muestra cómo el privilegio puede despojar de humanidad hasta al más cotidiano de los gestos. Sin embargo, la relación no permanece estática; entre mofas y juegos, se abren pequeñas grietas que cambian el curso de los acontecimientos.
Poco a poco el conserje —con paciencia, humor y firmeza— enseña a Eric lo que significa tener un amigo y ser tratado con respeto. El vínculo que surge transforma tanto al niño como al hombre: del primero despierta empatía y responsabilidad; del segundo, orgullo y reivindicación personal. Esa evolución convierte una premisa aparentemente cómica en una lección sobre el valor de la compañía auténtica y la importancia de mirar más allá de las apariencias.
La película alterna momentos de humor con escenas conmovedoras y una crítica social clara, poniendo en evidencia los abusos del poder y la fragilidad afectiva de los privilegiados. Al mismo tiempo, reivindica la dignidad y la empatía como fuerzas capaces de transformar relaciones y revelar la humanidad común que une a personajes de mundos distantes. El resultado es una historia que provoca risa y reflexión a partes iguales, y que invita a cuestionar cómo tratamos a quienes consideramos “diferentes”.