En Chime (2024) seguimos a un chef cuya vida meticulosamente ordenada en la cocina se ve alterada por un repiqueteo enigmático. Al principio apenas perceptible, el sonido se cuela entre ollas y sartenes, trastocando ritmos y recetas hasta transformar lo cotidiano en una fuente constante de inquietud. La película utiliza la estética culinaria —luces, texturas y el ritmo frenético del servicio— para amplificar una atmósfera de malestar que crece con cada llamada.
A medida que el repique se intensifica, la realidad del protagonista comienza a resquebrajarse: relaciones, trabajo y límites personales se ven amenazados por una ansiedad que no se sabe si es sobrenatural o producto de la mente. Con una dirección cuidada y un diseño sonoro protagonista, Chime explora la fragilidad del control y el precio de la obsesión, manteniendo la tensión entre lo tangible y lo insondable hasta un final que deja más preguntas que respuestas.